El ser humano, como buen ser pensante, tiende a intentar prever lo que va a pasar en el futuro con la intención de poder tener una sensación de control sobre los hechos próximos. Creemos, bajo una ilusión de control, que podemos prepararnos para lo que ha de venir, pues sólo así no repetiremos los errores pasados o sufriremos menos, estaremos más preparados. De hecho, muchas veces juzgamos a aquel que no se preocupa de “irresponsable” y nos culpabilizamos por no preocuparnos cuando socialmente la situación lo requiere. Nos preocupamos por la propia preocupación.
Lo cierto de este planteamiento es que, pese a la falsa ilusión de control que supone la preocupación, en el fondo nos sentimos angustiados y carentes de felicidad en nuestro día a día, vivimos con miedo, por y para la preocupación.
La tendencia en las personas es luchar incansablemente contra la preocupación para no experimentar sufrimiento, volviendo a ella una y otra vez, no aceptándola pero tampoco desprendiéndonos de ella. Sin embargo, necesitamos pararnos a pensar y reflexionar acerca de la materia con la que está hecha esa preocupación no deseada. La preocupación se siente, es cierto, pero no es la realidad. Las personas construimos, creamos la preocupación, somos artistas de la insana recapitulación de eventos pasados y de la anticipación de futuras consecuencias y catastróficas desdichas. No obstante, necesitamos recordar que también de nosotros mismos depende cuánto de nuestro tiempo y de nuestra energía queremos invertir en el desarrollo de nuestras preocupaciones.
La preocupación excesiva no nos hace más fuertes, al contrario, nos debilita. La falta de continua preocupación no es muestra de inmadurez o irresponsabilidad, al revés, es signo de inteligencia emocional y de salud mental. Tal y como nos recuerda un proverbio chino, “preocuparnos por lo que fue, ya no tiene solución y preocuparnos por lo que será nos llevará al engaño, dado que está por llegar”. Teniendo en cuenta esto, parémonos un momento y planteémonos, ¿qué necesidad tenemos de preocuparnos excesivamente por la preocupación?
Omayra de la Torre, Psicologa de Dialoga2
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